A Day in the Life of the Blackout
Personas de gran interés nacional me cuentan qué hicieron durante el gran apagón nacional
El lunes se fue la luz en la península ibérica, ¿sabías? Claro que lo sabes. Lo digo por contexto temporal, para que cuando desentierren mis posts dentro de cien años con waybackmachine.org sepan de qué estoy hablando. No funcionaban los semáforos, ni los cajeros, ni los móviles, ni internet, ni las cajas registradoras, ni las puertas automáticas, ni los ascensores. Si hace bip-bip olvídate.
Pasé el día imaginando qué estarían haciendo los demás mientras nadie miraba, mientras no había nadie a quién contárselo al otro lado de la línea. Cuando uno no puede trabajar ni matar las horas doom-scrolling. Lo primero que hice cuando volvió la luz fue preguntar a mis amigos y amigos-to-be sobre su día. Esta es la recopilación de lo que pasa cuando todo se detiene.

Mi lunes: no tanto más tedioso que cualquier otro lunes de hacerte 8h en bus Lisboa-Madrid, en el fondo. Aunque se conviertieran en 10h. Lo excepcional, pero expected: ni internet, ni cash para comprarme un bocata de lomo con queso (que es el mejor bocata de lomo con queso que me he comido en mis recuerdos y es el que hacen en el área de servicio en el que para el bus en Mérida, no es nada broma ni un poco).
Todo el camino fue un ejercicio de contención: allí, dentro de lo que para mí era un cargador de móvil gigante (para mi móvil infértil), no hablé con nadie. Fui la rancia del autobús. Nadie parecía querer hablar de nada y por una vez decidí dejarlo estar. No hubo sonrisas, ni intercambios de teléfono, ni amistades nuevas en la cola de la gasolinera. Algún resoplido cruzado y ya. Gasté el principio del trayecto en reevaluar mis relaciones más íntimas. Llegué rápido a la conclusión de que todo bien.
Mi idea del viaje, inocente de mí, era teclear 8h straight. Mandar un tema a mezclar, calendarizar un poco estos dos meses. Estaba decidida a solucionar mi vida. No tenía batería en el ordenador. Miré todos los cables colgando del techo en un barrido de adivinanza. Minutos después de que mi amiga maría rivero diera la noticia del apagón por un grupo que tenemos desde hace ya 8 años ????????? (quién si no, ella es internet), me decanté por un chico que leía una novela de isabel allende al otro lado del pasillo. Se quedó dormido. Supe al instante que era guiri. El libro cayó, él se despertó y nos miramos. Creo que pensó que me gustaba. Yo solo estaba contando hasta tres para atreverme con la osadía (en el principio de ese momento de incertidumbre) de pedirle su cargador de tipo C. Lo hice.
Pensé que quizá no sabía lo que estaba pasando y me lo prestaba. Así fue. Un poco desilusionado, creo. Vale, no es como si me hubiese dado todo lo que tenía por altruismo. O mejor !!! No es como si me hubiese dado todo lo que tenía por conquistarme. O por alargar el momento de mirarnos a los ojos…. o incluso por propiciar rozarnos los dedos índices de lado a lado del pasillo. Solo es que tenía dos cargadores.
Así, mientras miraba las bolsas de Doritos dentro de las redecillas de varios asientos en las filas delanteras (la gente vieja compra Doritos en el apocalipsis, mind you…. eso me encantó) y me preguntaba cuánto tardaríamos en llegar —y, consecuentemente, cuánto en tomar la decisión de partir los Doritos en trozos iguales para todos, con la forma tan desagradecida que tienen los Doritos cuando se trata de partirlos en partes iguales—, pasó el día.
Las tres últimas horas fueron una orquesta de bufidos y suspiros dirigidos en línea recta hacia adelante. Coordinados, podrían haber movido el autobús. Yo no miré a nadie. Si alguien buscó una interlocutora, yo no estuve. La verdad es que no me preocupé mucho por nada porque tengo una tendencia natural a pensar que todo saldrá ok, porque soy una narcisista y porque no entendía para nada las dimensiones del asunto. Diría que no las entiendo. La carretera estaba vacía, por si alguien viene aquí buscando datos, reporteo. Y había gente en el tanatorio de la M40. Me imaginé cómo de distinto tuvo que ser el apagón si murió tu madre el domingo. Mi autobús/vientre materno/barco pirata/oasis móvil de electricidad me pareció una hormiga frente a una mole llena de velatorios a oscuras.
Un poco esto fue todo. Doritos, velatorios imaginarios, picturing myself andando horas por una autovía con la maleta pero haciendo nada al respecto. NO liderando una revolución. NO ofreciendo un ibuprofeno a una chica que se tocaba la sien.
A las 22.30 subí desde Méndez Álvaro a mi casa caminando 40 mins mientras se iban encendiendo las luces de la calle. Para propiciar una imagen más impactante que no es del todo mentira, diremos que las luces se encendían a mi paso. Dejé a un lado el personaje de pura nonchalancia que había ido tejiendo durante el día. La dejé sentada en el bus. Y justo al bajar charlé con David, un chico de toronto, all the way hasta atocha. Me dijo: me alegro de que seas tú con quien me he encontrado. Yo pensé: yo también, la tía que ha venido hoy en el bus no te habría dado ni media, era una puta siesa.
¿Qué comiste cuando no funcionaban las cocinas?
NADA

El apagón me pilló en casa de mi amigo Tino tomando café. Le dije "amor, que ha empezado la tercera guerra mundial". Nos asomamos a la calle y vimos que los semáforos no funcionaban y dejó de ser tan gracioso. Vi que no tenía 5G. Me preocupé muchísimo porque tenía que subir una publi. Qué difícil es ser yo.
Esperamos en su casa porque tiene terraza y pensé en todos los tuits que podía poner sobre el tema y en cuanto me volvió el 5G corrí a poner uno de Carrie Bradshaw porque esto era algo sobre lo que Carrie Bradshaw claramente escribiría. Dije en voz alta "menos mal que los libros no necesitan electricidad" y encendí mi Kindle con un 20% de batería.
Me quedé dormido tumbado al sol y cuando desperté tenía la cara roja y me la embadurné en cicaplast porque por algún motivo casi siempre llevo un bote de cicaplast. Encendimos unas velas y comimos queso. A las 22:30 se oyeron vítores y gritos de victoria de la calle: la luz había vuelto a Chamberí. Regresé a mi casa con el pensamiento de que desconectar de vez en cuando no estaba tan mal y pasé cuatro horas scrolleando en TikTok para recuperar el tiempo perdido.
¿Qué comiste cuando no funcionaban las cocinas?
Justo antes de ir a casa de tino pasé por el super y cogí un sandwich de estos de supermercado, una bolsa de nueces, un paquete de pringles y un batido de proteínas, luego en su casa comimos quesito, galletitas saladas y nos bebimos como cinco cervezas jasdjajda

Vivo en un bloque de pisos al que nos mudamos porque ya había otras dos parejas de amigos cercanos viviendo en él. Para las 13h uno de mis vecinos de arriba, que estaba teletrabajando cuando llegó el apagón, tocó en mi puerta con un “¿Has bajado ya a la calle? Es muy fuerte. Toda España y Portugal.” Él ya había entrado full Last of Us mode, se había hecho amigo de los de la ferretería de la esquina, se había comprado una linterna y una radio y estaba “¿crees que deberíamos adelantarnos y comprar latas y garbanzos?”. Nos planteamos momentáneamente si sería una promo muy jevi de la nueva temporada de The Last of Us. Al cabo de una hora éramos cuatro amigos en vez de dos, cogimos unas sillas y nos pusimos en medio de una rambla a tomar el sol con la radio en la mano. Compramos la Pronto y una libreta de crucigramas a 1 euro, gastando cash en las cosas que importan. El mood general cambió cuando el discurso del ciberataque empezó a pasar a segundo plano y cuando parecía que los hospitales y los aeropuertos tenían generadores propios. Me aterrorizaba la idea de que alguien pudiese estar volando y que mid-air viese el aeropuerto al que se dirigía apagarse. En el momento que esta posibilidad se descarta las conversaciones pasan a temas normales, se nos unen más vecinos, ahora somos 11 amigos intentando resolver “Tosca, sin pulimento, naturalmente basta” en un autodefinido.
Es difícil llevarte una lección de un día como este (amanece el martes y las cosas han vuelto a como eran 24 horas antes y ahora la libreta de crucigramas se prepara para pillar polvo hasta que se me ocurra llevarlo de viaje en un digital detox), pero si algo la reafirmación de que las redes locales están en auge, de que hice bien en irme a vivir a donde ya vivían mis amigos, y de hacer aún más amigos que viven a mi lado – algo que ya me va bien los días que sí que hay internet y con el que me quedo con la tranquilidad de que me irá muy bien cuando no lo haya
¿Qué comiste cuando no funcionaban las cocinas?
Mi padre tiene una afición que es EMBOTAR BONITOS y su love language es REGALARME BOTES. Comí un bocata y cené ensalada de bonito.

Las 12:34 me pillaron trabajando en un proyecto urgente que en unas horas vería que no era tan urgente. Me fui a casa de Philip después de diez minutos sin red en los que confirmé que no volvería la cobertura y, sobre todo, que no sé entretenerme sin ella.
En la calle me encontré a un zumbao con una mochila de Glovo gritando “Han caído los grilletes del capitalismo!” y me da mucha vergüenza reconocer que me asusté. Se me pasó en cuanto paseé un rato con Philip (28) y Max (0,6) porque siempre reconforta que te confundan con una pareja gay modélica paseando a un bebé precioso.
En una de esas treguas que nos dio el 5G nos llegó un mensaje de Lucas y Álvaro: “Santa Canela”, y allí fuimos tardando el doble que normalmente y venciendo mi bloqueo social para hacer el tremendísimo esfuerzo que supone preguntar por una calle a una persona de carne y hueso.
Acabamos en el jardín de la casa de Álvaro. He estado allí 150 veces y no tenía ni idea de que tenía jardín. Lo peor es que él tampoco. Creo que fue la primera de las cosas del día que me di cuenta siempre están ahí delante pero que solo descubrí que estaban cuando todo lo demás estaba apagado.
No sé cómo pasó, pero en algún momento fueron llegando todos los que interceptaron el mensaje y empezamos a preferir ver el atasco que había fuera en vez de oírlo. Alguien soltó la típica chorrada de “estos días hay que vivirlos” y decidimos irnos a hacer una ‘expedición’ que duró aproximadamente 32 minutos.
Plantamos base en una plaza del Dos de Mayo que dejó de ser 750 metros cuadrados vacíos con dos coches de policía en una esquina y volvió a ser ** la Dosde ** , una especie de plató de Cuéntame en medio de 1987 en la que, al menos hasta que volvió la luz (y el Instagram), lo único que echamos de menos fue a aquellos que se lo estaban perdiendo y no les llegaba ese SMS de “Kdada +iva 2demayo” que empezamos a enviar tras la tercera yonkilata.
¿Qué comiste cuando no funcionaban las cocinas?
Una bolsa de papadelta, picos sin gluten y cerveza. Desastre.

El apagón me pilló en el rellano del piso de los padres de mi novia, despidiéndome con pena y con el mochilón a cuestas mientras la octogenaria vecina Doña Casilda salía a ver por qué no iba la luz y por qué la chica que le cuidaba tardaba tanto. Me enteré luego, unos minutos más tarde, en la gasolinera, de que el apagón era total y nacional y de que iba para largo. La tarde de antes la habíamos pasado paseando por los cerros y lastras del pueblo de Zamarramala, contemplando las vistas más bonitas que puede haber de la ciudad de Segovia -la más perfecta ciudad castellana- con las montañas nevadas al fondo. Sin saberlo, sin saber que la necesitaría, guardé y encapsulé toda la luz que pude en una decena larga de fotografías. El ser humano no ha descubierto todavía otra forma de almacenar la luz y ese, y no otro, es el gran mérito de la fotografía. Me sentí tranquilo y aliviado, como si este loco mundo nos hubiera dado un respiro a mí y al resto de inadaptados. No es justo ni correcto romantizar e idealizar la pobreza, el pasado y la miseria, por muy breve e incluso bella que sea nuestra inmersión en ella, pero sin embargo, una fuerza profunda e insondable nos lleva a todos a hacerlo, a pensar en ella. Lucho todos los días contra ella. ¿No será que la verdadera pobreza y miseria es la nuestra?
¿Qué comiste cuando no funcionaban las cocinas?
Salí comido de casa Comí a las 12:20. Creo que fui uno de los únicos españoles que comió caliente. Nunca antes había comido tan pronto. Ensaladilla rusa y entrecot caliente al punto

Básicamente ayer fui a trabajar y cuando estábamos en la oficina se apagó todo y salimos a las calles y estuvimos con toda la peña escuchando la radio hasta que empezó a expandirse el pánico general y sospecharse que si Putin y no sé qué. Propuse ir a la puerta de la iglesia para rezar. Fui con todos mis compañeros pero la iglesia estaba cerrada y nos hicimos un selfie por si acaso con eso ya valía. Y directos al Mercadona a comprar todo tipo de latas. Casualmente yo era la única persona a la que le funcionaba el teléfono, llamé a todo el mundo pero nadie me lo cogía excepto Paty Abrahamson, me fui a Madrid Río y jamás vi una gente más guapa y unas mejores vibes en las calles, la verdad. Después de horas sin móvil —y sabiendo que tu familia está bien— se nota un subidón generalizado de la peña increíble, la verdad. Que vuelva la radio a pilas y el puto apagón una vez a la semana por favor.
¿Qué comiste cuando no funcionaban las cocinas?
Pues mira para comer me lleve mi tupper tieso y me comí un trozo de carne de hamburguesa helada, una zanahoria, dos tortitas de arroz y un yogur antes de que se pusiera malo. Luego merendé frutos rojos del congelador para que no se descongelaran del todo y tortitas de arroz otra vez. Cené una lata de mejillones. DELICIAS

El día de ayer me pareció un cuentecito de Cortazar. Estaba en Sol cuando ocurrió y tuve que volver a casa andando, tarde 4 horas. En ese recorrido tuve momentos de muchísima comunión colectiva (oías los comentarios todos sobre lo mismo, veías que la gente se paraba a preguntar, nos volvíamos a mirar a la cara) con otros de muchísima soledad e introspección en los que no sabías que estaba ocurriendo y la cabeza me iba a mil por hora pensando qué iba a pasar. La luz irónicamente volvió al anochecer (justo con el tiempo necesario para poder pensar y anelar su vuelta sin caer en la desesperación) . Hoy todo vuelve a ser normal, como si nada hubiera pasado.
¿Qué comiste cuando no funcionaban las cocinas?
Comí coleslaw y antes de emprender la marcha desde el centro unas judías verdes en mi oficina mientras empezaba el caos.

La luz se fue a las 12:20. Yo había quedado con mi madre a y media para hacer unas gestiones. Cuando llamó al telefonillo, no funcionaba. Pensamos que era cosa de mi bloque, que lleva semanas sitiado por obras. “Han cortado un cable seguro, es que esta gente no sabe lo que hace”. Concejalas de Urbanismo.
Dejamos el coche en un parking —a oscuras, con barreras levantadas a mano— y nos dirigimos a Hacienda. Un grupo de funcionarios salió a la puerta, medio confundidos, medio entusiasmados por ver la luz del sol. No podíamos pasar. El apagón, nos dijeron, era nacional y se estaba extendiendo por más países. ¡Nacional! ¡Internacional! ¡Europeo! Anecdotas de posguerra y gachas de harina de castaña. ¡Black Monday!
Ante la imposibilidad de hacer nada de provecho, fuimos a tomar el aperitivo, poseídas por mi tan personalmente celebrado espíritu ibérico. Si no se puede hacer nada, se hace eso. En la terraza nos encontramos con un amigo que, a tan solo cuarenta minutos del apagón, ya había decidido mudarse a su pueblo con cocina de gas, horno de leña, huerto y víveres. Me puse a repasar todos los vídeos de bushcraft que había visto en mis lunch-breaks y a ponderar qué alimentos podría cultivar en cuestión de horas para garantizar mi supervivencia.
Las tiendas estaban cerradas o se negaban a vender nada: sin electricidad, no podían pasar productos por el estúpido sistema y después tendrían que rehacer el inventario. Nadie quiere trabajar dos veces. El mercado estaba cerrado a cal y canto, excepto por el puesto de granel y conservas, que estaba haciendo su agosto. Di un lento paseo por la ciudad, y me iban llegando fragmentos de conversación como nubes de mosquitos: Putin, ciberataque, Putin, guerra fría, hackers rusos. Es curioso cómo los major events nacionales, incluso los desafortunados —o sobre todo esos— tienen unas notas de regocijo morboso, de novedad compartida.
Y pensé: qué suerte vivir hoy en una ciudad pequeña, donde aunque se encienda la chispa —o se apague, en este caso—, no se extiende el caos. Y quizá porque no somos tantas personas como para colapsar nada, la mensajería instantánea seguía funcionando.
Cuando volví a casa, revisé el status de batería de mis aparatos: portátil, libro electrónico, baterías externas. Todo cargado al 100%. Por fin mi prudencia neurótica dio sus frutos. Podía aguantar horas accesible. Pasé el resto de la mañana leyendo al sol ‘The Shining’ (pun not intended), y aproveché la batería de mi portátil para empezar a escribir este post, embriagada por la curiosidad que conlleva la imposibilidad de saber cómo los demás estarían pasando su día.
Fue en ese letargo, entre lectura y escritura, cuando pensé en mi abuela. Ella no puede salir de casa si no es vía ascensor, y solo se entretiene haciendo sopas de letras y viendo novelas turcas o la ruleta. Imaginé que ya habría terminado su cuadernillo de sopas y estaría aburrida, así que le escribí un mensaje con la esperanza de que le llegara: Después de comer subo a verte, guarda batería y me tiras las llaves por el balcón.
Por suerte estamos en temporada y, como soy fiel a mis costumbres, tenía todo lo necesario para preparar mi ensalada de la semana. Cuando me da por una comida, me abastezco para repetirla días y días hasta cansarme. Abrí una lata de bonito del norte, tengo más de diez en la despensa de un día que estaban de oferta (eres una estrella, Gala de hace un mes). Y mientras comía, usé la batería restante de mi ordenador para ver ‘Best in Show’ (2000), película que tenía descargada en mi disco duro. Disfruté tanto. Creo que lo que más me gustó fue verla sin las distracciones de mirar el móvil. Revolucionario.
Cuando terminé de verla, preparé un kit de supervivencia para mi abuela: una linterna con manivela, otra con sensor de movimiento por si se despertaba en la noche, un libro de fotos antiguas y un dominó. Subí a su casa a las seis y justo al llegar... ¡Fiat lux!
Volvió la luz y jugamos al dominó durante horas, comentando el día y compartiendo reflexiones preparacionistas. Ella estaba feliz por sentirse cuidada. Y yo estaba feliz porque cuidar es un regalo. Excuse my corniness.
Y así terminó el día.
💡 Aprendizajes que poner en práctica: continuar con mi neurosis de cargar aparatos, abrazar la elegancia magna de llevar efectivo en la cartera —RACKS even—, comprar más bonito del norte, bajar el brillo, y… ya. Es que aquí volvió pronto y no me dio tiempo a aprender nada.
¿Que qué comí yo?
Ya os lo he dicho. Ensalada de pasta y garbanzos con pepino, pimiento verde, cebolla, tomates cherry y una lata de bonito del norte en aceite de oliva virgen extra. Aderezada con yogur griego, jugo de limón y muchísimo cilantro fresco. Preparadla, está buenísima. Ah, y el aperitivo: Gambas en Gabardina (me encanta que las vistan). Servida.
No os olvidéis de dar a ‘me gusta’, ya sabéis que eso ayuda mucho en mi proliferación, y ya si dejáis un comentario sería el novamas. Help a girlpope out!
muy ilustrativo
:)