Esta mañana he abierto TikTok y el primer vídeo de mi fyp era una chica enseñando su nueva casa en un pueblo de Estados Unidos bajo el caption "me at 21 buying a cozy early 2000s house instead of a modern white hospital house”. Una casa estilo toscano con paredes amarillas, encimeras de granito y muebles de madera oscura, con la estética de lugares como Olive Garden y Cheesecake Factory, sacada de un catálogo de Pottery Barn del año 2002. Nada que ver con el minimalismo aséptico, neutro e impersonal de las casas de beige-fluencers o el dopaminecore maximalista, colorido e infantilizado de las Portia-from-The-White-Lotus fans de Gustaf Westman a los que estamos acostumbrados.
Una hora después he visto en Twitter que Lena Dunham ha escrito una columna para The New Yorker, "Why I Broke Up With New York", donde narra su desvinculación hacia la ciudad que durante décadas fue el centro de gravedad del mundo cultural. El artículo no ha pasado desapercibido, se ha interpretado como símbolo de la recesión espiritual de NYC y como indicador de un nuevo giro social. Como si la ciudad que fue durante tanto tiempo sinónimo de aspiración, vanguardia y pertenencia hubiera perdido el pulso por haberse erosionado la ficción que la sostenía. La gran ciudad ya no garantiza prestigio, ni siquiera una mínima sensación de estar “en el centro de algo”. Hoy, la dispersión digital ha democratizado el mapa: todo el mundo puede estar en todas partes y en ninguna. En ese paisaje, Nueva York ya no es una promesa sino una carga. La balanza de los beneficios que hacían que la dificultad de vivir allí mereciera la pena ha soltado lastre.
Lena Dunham era uno de los últimos productos auténticos de esa Nueva York hiperneurótica, brillante y caótica. ¿Y si estamos presenciando, en tiempo real, la desmitificación definitiva de las grandes ciudades? La marcha de figuras como Dunham funciona como un canario en la mina. Si ella se va, ¿quién queda? Lo que está colapsando no es una infraestructura urbana, sino un imaginario colectivo: el deseo de estar allí, de ser parte, de pagar con cuerpo y dinero por el privilegio de pertenecer a una narrativa que ya no convence.
Al abrir Instagram, por último, me he dado cuenta de que esta semana se celebró la Met Gala y apenas ha sido comentada. Las celebs ya no son diana de gran atención. Y el evento ni siquiera genera rechazo, genera silencio. El desinterés generalizado me hizo pensar en que el péndulo cultural está girando, y estamos viendo sus consecuencias. Something’s shifting...
Hace unos días Yung Lean hizo una entrevista en ‘Subway Takes’ para promocionar su nuevo album. En ella pronunciaba un discurso rompedor con la imagen que tenemos de él. Dos décadas de hiperestimulación, de excesividad y sobreconsumo pueden cambiar a cualquiera. “The party is officially over. We're done. We did too much. I think we need to make it cool again to have a girlfriend, have a boyfriend, whatever. Settle down, create a family, do simple things. Learn how to do wood carving and find God. I think we need to focus on real things and choose love over fear. We need to romanticize proper good things. Move to the desert. Get a couple of kids. Move to a cave. Get to the ground of things. Be one with the earth. You can still get freaky. You can still be eccentric. You can still have fun. But we just gotta romanticize other things. You know, you still should do things that make you feel good. But I think romanticizing a simple nice life thats is filled with gratitude, filled with generosity, with brotherly love, is underrated.”
El péndulo cultural no gira por capricho ideológico, sino por fatiga colectiva. Las tendencias emergen cuando una sensibilidad dominante se descompone por exceso, cuando algo que parecía emancipador se vuelve, de pronto, inhabitable. Un ejemplo es el fenómeno de las tradwives, tan vilipendiado como sobrediagnosticado, que se ha agotado como meme pero sigue relevante como síntoma. Porque lo interesante del ya machacado discurso no era si estas chicas creen realmente en lo que dicen o si habría que seguir su ejemplo o censurarlas, sino preguntarse: por qué ahora. ¿Por qué tantas personas, de forma dispersa pero simultánea, escenifican un mismo deseo? La búsqueda de recogimiento, de estructura y de sencillez ritualizada. De ahí que el gesto de volver al hogar, cocinar “from scratch” y desear una familia no pueda reducirse a “una estrategia viral de la ultraderecha en TikTok” y deban examinarse más profundamente sus raices.
Hace unos años las mujeres más visibles del discurso digital representaban ruptura del canon, independencia y transgresión del rol. Hoy en día, el sentimiento online ha recalibrado hacia la domesticidad como espacio simbólico de reparación. Se puede rechazar la nostalgia embalsamada de los años 50 sin ignorar que ciertos códigos —la rutina, lo sencillo, lo estable— resurgen como mecanismo de defensa ante un presente que muchos sienten líquido y desorganizado. Pero para la mayoría este sentimiento nace de la reacción, no de la convicción. Y como tales, también pasarán.
De hecho, el péndulo vuelve a moverse, y con él llega la ola post-tradwife. Como muestra el artículo ‘The Runaway Tradwives of TikTok’, muchas de las mujeres que encarnaron ese ideal ahora lo abandonan —no por hipocresía, sino porque habitar un arquetipo tan rígido puede volverse tan inhabitable como aquellos de los que pretendía rescatarlas. (Vía Gárgola Digital)
El fenómeno pendular no es una teoría aislada. Los niños, por lo general, tienden a corregir el exceso de sus padres. Hijas de boomers liberales que fundan familias tradicionales. Hijos de conservadores rígidos que se vuelven queer marxistas. Hijos de corporate-sharks que se retiran a Latinoamérica a vivir su fantasía de ayahuasca. La oscilación no es ideológica, es estructural. Ocurre en el estilo de vida, en la estética, en el arte, en la política. No tanto porque las ideas anteriores fueran erróneas, sino porque se volvieron ineludibles. Porque se institucionalizaron. Lo que empieza como disidencia acaba como marca; y como tal, genera rechazo. Cada generación cree estar arreglando la anterior, cuando en realidad sólo está empujando el péndulo al otro lado. Para que, más tarde, la siguiente haga lo mismo. Y así ad infinitum.
El progreso lineal es una ilusión profundamente moderna. Antes de que existiera la historia como la entendemos, pre-Ilustración, las civilizaciones no concebían el tiempo como una línea recta, sino que el tiempo se pensaba como algo circular. La idea de que las cosas mejoran constantemente, de que todo avance nos acerca a un estado más justo o más elevado, es una construcción relativamente reciente. Y no necesariamente cierta.
La historia avanza en ciclos violentos, exprimiendo sus extremos hasta agotarlos. Durante la modernidad se creyó que ese vaivén podía detenerse, que si se aplicaba suficiente razón se podría diseñar un mundo estable y permanente. “Universal”. Uno de los mayores defensores de esta idea fue el arquitecto Le Corbusier, quien defendía que las ciudades debían ser perfectamente lógicas: edificios iguales, simples, sin adornos, construidos solo para cumplir su función. Pero basta ver lo que ha ocurrido con sus ciudades —convertidas hoy en mausoleos del optimismo racionalista— para comprender que ni siquiera el proyecto más lógico y racional escapa al desgaste del tiempo y la oscilación del péndulo.
Quizás el reto no sea detener el péndulo, ni escapar de él, sino cultivar cierta lucidez mientras oscila. Darse cuenta de cuándo el deseo propio está siendo orquestado por el exceso anterior. Y entonces actuar —no desde la reacción automática, sino desde una elección íntima. No desde la escasez, sino desde la abundancia. Porque aunque no podamos sustraernos del movimiento, sí podemos decidir cómo habitamos su ritmo. Con qué cosas queremos comprometernos, incluso sabiendo que se volverán impopulares. Qué tipo de vida merece ser vivida aunque luego pase de moda. Eso, y no la capacidad de formar parte de la última tendencia del momento, es lo más parecido a vivir en libertad.
Gracias por leerme. Ahora, ya sabéis, si llegastéis hasta el final quiero ver likes y comentarios diciendo que os encanta leerme y que soy vuestra favorita y merecía haber sido elegida por el Cónclave.
— The Girl Pope
Este artículo ya te hacía papable y quizá el de ahora (con abuelos maternos cordobeses!!) te lo haga con eso que piensa del rol de las mujeres en la iglesia.
Yo pienso que un éxodo rural inverso es inminente, en EEUU estarán más cerca y nosotros con lo mal vertebrada que tenemos la península en cuanto a transporte y lo que tarda en arrancar el teletrabajo lo tenemos un poco más distante, pero sigue siendo un destino posible futuro. Lo apruebo, a ver si al menos así conseguimos la comunidad high-trust o lo que sea (la vibra va de ecoaldeas)
boníssim <3