Decir que llevo unos días nerviosa sería un understatement. Me doy cuenta porque he empezado a hacer cosas que no hacía desde que era niña. Gestos automáticos que creía olvidados, pero que en realidad estaban esperando su momento. De pequeña pasaba muchas horas sola, sin estímulos. Desarrollé costumbres que ahora entiendo como intuiciones corporales. Eran cosas que nadie me enseñó, que no imitaba de nadie, que me calmaban. Source? Las descubrí por aburrimiento, la única forma que conozco de acercarnos a la sabiduría. Un aburrimiento tan largo que me hizo explorar mis propios mecanismos internos como quien encuentra en ellos su primer y único hobby: Observar a contraluz las puntas de mis dedos cambiar a un color hematocálido y translúcido, intentar contar las motas luminosas que viven en la oscuridad de los párpados cuando me apretaba fuerte los ojos, ver cómo hacía desaparecer objetos del plano si guiñaba un ojo o el otro y modificar la trayectoria del baile de las partículas de polvo flotando en un haz de luz. Estas eran mis extraescolares.
Hay movimientos que no surgen de la mente consciente, sino de una lógica corporal más primitiva, más directa. No están racionalizados y no son grandes gestos ni acciones dramáticas, sino pequeños ajustes, como microrespuestas del cuerpo que sabe antes que la mente comprenda.
Hay quien se balancea suavemente para calmarse, un gesto instintivo que hoy la terapia somática reconoce como una vía natural para autorregular el sistema nervioso. Acariciar la frente es otro acto espontáneo, un autoconsuelo que ahora redescubrimos como self-soothing en psicoterapia. Sin saberlo, colocamos una mano sobre el vientre en momentos de inquietud, un reflejo que conecta con conceptos milenarios como el hara o dantien, centros de energía y estabilidad interior en diversas tradiciones. Y, para muchos, las respiraciones profundas y suaves fueron la primera manifestación de una regulación interna.
La regresión a estos mecanismos no se activa con la búsqueda, sino cuando dejamos de buscar. Cuando la mente se cansa de dar vueltas, cuando el cuerpo no puede más, cuando no hay estrategia que funcione, entonces algo cede. No buscamos consuelo, lo encontramos. En mitad del insomnio, del dolor físico o de una angustia inexplicable, dejamos de pensar y hacemos algo que no sabíamos que sabíamos. Respiramos de otra forma. Nos colocamos en posición fetal sin haberlo planeado. Soltamos la mandíbula sin darnos cuenta. Dirigimos la mirada hacia dentro. Aparece una ternura primitiva, como un cuidado silencioso que no viene del lenguaje, ni de la técnica, ni de la voluntad, sino de algo más profundo y anterior. Y ahí está de nuevo. Esa sabiduría corporal que no necesita ser nombrada ni comprendida del todo. No se trata de entenderla, sino de dejarla hacer.
Estas acciones no son meras costumbres infantiles, no fueron enseñadas ni aprendidas por imitación; nacían del cuerpo, que parecía saber con precisión qué necesitaba para sostenerse. En la infancia, estos gestos surgen con libertad, la mente no limita ni juzga estas expresiones; son auténticas estrategias somáticas para encontrar calma. El cuerpo se vuelve entonces su propio refugio, un territorio donde buscar alivio en ausencia de palabras o explicaciones. La ciencia y la psicología les han otorgado nombres y estructuras, validando lo que el cuerpo ya sabía hacer desde siempre.
El cuerpo humano es un milagro, una obra divina. No hay en él ninguna pieza que sobre, ninguna reacción que no tenga propósito. Se autorregula, se corrige, se cuida. Cuando se le deja hacer, hace lo que debe. Un niño lo sabe sin saberlo: se cubre el vientre en el miedo, se balancea en la angustia, se encoge cuando necesita contención. No lo ha aprendido. Lo trae de serie. Es conocimiento sin discurso, sabiduría sin lenguaje.
No hace falta haber leído nada para respirar con más profundidad cuando el mundo pesa, ni para tocarse el pecho cuando algo duele. Esas respuestas no son adquiridas. Están inscritas. El cuerpo actúa con la fidelidad de lo que fue diseñado para el bien. Sabe volver a su centro, sostenerse en lo esencial, guiarse en la oscuridad. No necesita comprenderse para obedecer el plan con el que fue creado.
El cuerpo es madre, hija y espíritu santo: contiene en sí mismo la ternura, la obediencia y la trascendencia. El cuidado, el dejarse cuidar y la omniscencia. Su inteligencia no es inventada por el individuo. Es herencia. Es don y prueba.
Cuando el ruido y el lenguaje saturan nuestra mente, nos alejan de la sabiduría corporal originaria y es fácil perder el contacto con esos gestos primitivos que el cuerpo conoce bien para cuidarse a sí mismo.
En esta sección, he reunido una lista detallada de 30 prácticas, movimientos y toques simples con instrucciones para integrarlos con plena conciencia en tus momentos de angustia, tensión o bloqueo. Aquí aprenderás a interpretar ese lenguaje corporal interno que, sin necesidad de palabras, sabe exactamente cómo aliviar, equilibrar y restaurar.
Si alguna vez sentiste que nada calma la tormenta interna, que el ruido externo y la sobrecarga mental te desconectan de tu centro, este compendio será tu ancla, tu guía para reaprender el arte primitivo del cuidado consciente. Seguro que entre estos treinta movimientos encuentras varios con los que conectar que puedas integrar en tu vida para encontrar alivio en el día a día.
No podemos pedir que se terminen los problemas, pero podemos pedir fuerza y estabilidad para afrontarlos.
✶ Sabiduría somática en acción ✶
Dejar la atención descansar en el entrecejo
Esta técnica es una de mis favoritas. Lo hago desde pequeña, cuando lo describía a los demás como “mirar a la parte más oscura de los parpados”. Nadie entendía de qué estaba hablando, claro. En el instante que conectas con ese punto te induce a una calma perfecta que gira la atención hacia dentro y ayuda a relajarse y coger el sueño con facilidad. Puede que al principio cueste un poco saber cómo tienes que alcanzarlo, pero cuando hace click es inmediato. En tradiciones como el yoga y el tantra, este es el “tercer ojo”, un centro energético que induce calma profunda y activa el sistema nervioso parasimpático, ayudando a soltar el pensamiento excesivo y a entrar en un estado meditativo, relajado y presente.
Cierra los ojos y coloca suavemente la atención en el punto entre las cejas, sin forzar ni tensionar. Hay que tener cuidado de no cruzar la mirada, si notas presión o dolor en los ojos deja de hacer lo que estás haciendo. Es un mirar hacia arriba sin realmente mover la córnea. Es como retraer la mirada hacia el interior. En cuanto llegas al punto sientes cómo la mente se despeja y el cuerpo se relaja.
Colocar la lengua presionada contra el paladar
Esta acción activa el nervio vago, que modula la respuesta de calma del cuerpo, reduciendo el estrés. La nueva postura facial abre los conductos nasales, facilitando la respiración profunda por la nariz, lo que también ayuda a relajarse. Además impide la respiración por la boca, que es enemiga del bienestar. Este gesto se usa en técnicas modernas de regulación nerviosa y tiene correlatos en prácticas de respiración tibetanas. Puro mewing, para los expertos.
Cierra la boca y sitúa la lengua en contacto con la parte superior del paladar, justo detrás de los dientes frontales, sin llegar a tocarlos. La punta tiene que estar casi un centímetro más atras que los incisivos. Puede que al principio sientas cierta presión en la lengua por colocarla en un lugar al que no está acostumbrada, poco a poco se irá relajando. Trata de suavizarla todo lo posible, tienes que ser capaz de tragar saliva cómodamente mientras la lengua está pegada al techo. Mantén esta posición mientras respiras lenta y profundamente por la nariz. Una vez conseguido se activa el nervio vago, ayudando a modular la respuesta de calma del cuerpo.